martes, 15 de noviembre de 2016

Jamás debimos volver - Capítulo 1: Nota de suicidio

Os dejo a los más curiosos el primer capítulo disponible del libro 'Jamás debimos volver', sentíos libres para decidir si os apetece comprarlo. Compartidlo, sé que os va a encantar:

Capítulo 1: Nota de suicidio
Un fuerte estruendo perturba mi sueño, me despierto sobresaltado, sin entender muy bien qué ocurre, siento un dolor terrible en mi cabeza y mi cuerpo, como si hubiese recibido una paliza. Unos cristales se esparcen por el suelo hasta llegar a un enorme ladrillo. El viento gélido hace acto de presencia a través del agujero que ha dejado, junto con los gritos ensordecedores de una muchedumbre alborotada que clama por mi cabeza.
Eso me recuerda que hoy no es un día más, ya no soporto esta situación, me ha devorado por dentro, ni las cantidades ingestas de alcohol han conseguido que pueda olvidar y me inducen a acabar conmigo de una vez por todas.
Me encuentro mal, borracho todavía, con ganas de vomitar. Sólo sé que ya llevo una semana sin ella, sin noticias, y lo único que me queda es el olor a su perfume que desprenden las sábanas.
Me siento desesperado, ya no puedo más, no aguanto toda esta presión, cientos de llamadas diarias amenazándome, miles de personas se agolpan en la puerta de mi casa increpándome, obviando la presunción de inocencia. La prensa disfruta haciendo sangre, publicando mis imágenes, la identidad que tengo ahora y la verdadera, exponiéndome al linchamiento público. Mi familia no me habla y la de mi novia exige mi cadáver clamando venganza. Siete días sin noticias de Mishelle, el brillo de mis ojos, la razón por la que vivir cada día. Mi final se acerca, necesito descansar, si no puedo encontrarla me reuniré con ella, hoy va a acabar todo. Jamás debimos volver a Barcelona.
Recuerdo con nitidez aquella noche, en nuestra pequeña casa de Adelaide en Australia, sintiendo la brisa marina, entrando un embriagador olor a mar a través de las ventanas de nuestro cuarto. Miré su preciosa cara y pensé en el momento en que la conocí, cuando mi vida no era más que una catedral de nimiedades, el miedo que sentía y lo feliz que era ahora. Rodeé con mis brazos y abracé a Mishelle susurrándole al oído que nunca la soltaría, sintiendo nuestros cuerpos desnudos, bronceados por el sol y sudorosos, acariciándole sus bonitos senos formados por una piel tan suave y delicada en busca de algo de amor de cama, prometía estar siempre a su lado para protegerla, a sabiendas que ella era la fuerte, la que jamás desfallecía ante las situaciones adversas; pero hasta las personas más fuertes a veces tienen debilidades y necesitan sentirse protegidas, a pesar de con poderío que tanto desprenden. Sus ojos conectaron con los míos, con esa mirada que solo ella sabía ponerme, con aquellos hermosos y grandes ojos de color miel, haciéndome creer que era débil y desamparada, e incluso necesitada de mí.
─ ¿Me amas? ─ Dijo con su precioso acento llegado desde la costa de Guayaquil en Ecuador.
─ Por supuesto que te amo. ─ Respondí con rotundidad. ─ De hecho, las dos cosas que más amo de Latinoamérica son las patatas y tú, no necesariamente en ese orden.
Ambos reímos, yo la miraba y disfrutaba de esa bella sonrisa ordenada en la que me encantaba perderme, hasta que el silencio invadió la habitación, se puso seria y con ojos vidriosos, me dijo titubeante con su voz dule que necesitaba volver a casa y reencontrarse con su familia. No pude evitar contestarle que pronto volveríamos a estar con ellos, junto a nuestros seres queridos.
Tarea imposible en un principio, aunque al final, conociendo a las personas indicadas, conseguí traernos de vuelta y lo he pagado con el precio más caro, sintiendo cómo la arrancaban de mis brazos.
No fueron buenos tiempos en un país amigo que nos acogió casi sin preguntar, llegamos a vivir con miedo durante gran parte de la estancia. Sin conocer a nadie, sin poder hablar con nuestras familias, ni siquiera podían saber de nuestro estado. Era mi primera vez emigrando, para ella no era tan nueva la situación, ya lo había vivido una vez. Sentir el desprecio de algunos afectó a mi adaptabilidad, aunque Mishelle consiguió ser una más en poco tiempo y me ayudó con la aclimatación. Sé que lo ocultaba, pero ambos sentíamos el dolor de haber abandonado el hogar de forma prematura.
Poco o nada conocíamos de la cultura australiana, salvo que había canguros y koalas. Imagino que ello provocó que nunca lo llegásemos a sentir como nuestra casa. Lamentable fue a nuestra vuelta, el estar en nuestra ciudad y no sentirnos en casa, me sentía un inmigrante en mi país y me cerré demasiado. Lo hacíamos todo juntos, nos asustaba separarnos por lo que nos pudiese deparar la ciudad condal.
Por ello estoy convencido de que sea donde sea nos reuniremos y el amor que sentimos el uno por el otro demostrará que es imperturbable,  nada lo podrá romper después de todas las experiencias que hemos vivido juntos.
Son pocos los recuerdos que me quedan del resto de cosas, intento borrarlos pasando los días en cama y noches en bares, sólo nutrido por la comida preparada, el alcohol y el abuso de drogas blandas. Así puedo olvidar todos esos problemas, al sentir el danzar de las gotas de un buen tequila sobre mis papilas gustativas o el humo de un porro de marihuana abrazando mis pulmones durante unos segundos para después salir de nuevo por mi boca, dejando pequeños resquicios de THC en mi organismo que te inducen a la enajenación psicótica y profunda que tanto necesito.
No es plato de buen gusto ver cómo te llaman asesino en tu propia cara, como se te criminaliza en los medios sin tener pruebas y la influencia que llegan a ejercer en la gente; la policía me ha interrogado demasiadas veces ya, intentando que confiese un crimen que jamás cometí, han sido tan duros que he llegado a dudar de mí mismo en algunas ocasiones, quizás mi cerebro me intentaba crear recuerdos falsos para que parasen de golpearme , apenas salgo a la calle porque todos creen saber quién soy y se sienten libres para poder juzgarme, es increíble como en una ciudad tan grande como Barcelona donde miles de personas se cruzan cada segundo sin tan siquiera dirigirse la palabra pueden llegar a fijarse en alguien concreto y minarle la moral hasta hacerle sentir culpable de un acto que no ha cometido, no entiendo cómo se permite a los medios crear ese circo y hacer esa carnaza de alguien. Ya sea malhechor o no, nunca deberíamos olvidar que es un ser humano por muy atroces que sean sus crímenes o los crímenes que se le imputan.
Siempre me he considerado una persona solitaria que disfruta del más absoluto yermo de vida; quizás ha sido siempre mi error, ya que hasta no perder todo lo que amas no te das cuenta de la crudeza de la situación, la necesidad del hombre por sociabilizar, por sentir un hombro amigo a quien arrimarte, no puedo compartir mi tristeza y mi dolor siquiera con mi madre; me aterra tanto la situación que se ha vuelto mi peor pesadilla, a pesar que el descanso eterno es mi mayor miedo soy capaz de ir del brazo de la dama de negro a reunirme en su reino.
Ella es el amor de mi vida y la que me sacó de la oscuridad, ahora ya no me queda nada por lo que luchar, nada por lo que vivir, ¿Por qué seguir aquí? Quiero dejarme llevar por un método ancestral y cobarde como es el suicidio desde que empezó esto. Por desgracia he olvidado que siempre hay que luchar y la rendición no es una opción. En este punto de mi vida ya se me ha agotado el tiempo para elegir entre continuar hacia adelante o rendirme; yo soy incapaz de seguir, no tengo nada a lo que aferrarme y quiero dejar un mensaje, demostrar al mundo la manipulación y el engaño al que estamos sometidos, cómo esas personas han sido objeto de la desinformación, una idea preconcebida ha sido insertada en sus cerebros y la sed de sangre implícita en el ser humano ha hecho el resto.
Salto de la cama semidesnudo, no me importa el frío invernal de este mes de diciembre, los nervios del acto que voy a cometer y la resaca me hacen recostarme sobre el inodoro y soltar todo lo que llevo dentro desde mi estómago hasta mi boca, los mareos se acentúan con cada sacudida de mi cuerpo, la malnutrición de los últimos días se hace patente en mí, sólo veneno he introducido en mi cuerpo, me quema la garganta mientras intento parar para volver a incorporarme, dejándolo todo perdido, me alzo y me acerco al lavamanos para echarme algo de agua en la cara y quitarme este sabor a heces de la boca.
Me miro en el espejo absorto en mi propio reflejo, observo esa cara demacrada, un pelo desaliñado y una barba de varios días, no siento que sea yo, intento divagar en mis pensamientos, queriendo guardarme mi último recuerdo para ella, pensando en el primer día que estuvimos juntos; yo era un simple informático para una gran multinacional americana sin más aspiraciones en la vida, yendo cada día con la cabeza agachada, pasando desapercibido y esperando que no me echasen porque necesitaba el dinero, tal como nos preparan en la escuela. Nadie me habló de otros caminos, ese era el correcto. Entonces ella apareció en mi vida y como un soplo de aire fresco me cambió por completo, rompió el duro cascarón de la crisálida en la que permanecía encerrado, me sentí como si viviese por primera vez, creo que ese fue el primer momento en el que me sentí realmente feliz.
Respiro hondo, ya no queda tiempo, debo hacerlo ahora, en plena hora punta cuanta más gente lo vea y más medios se hagan eco mucho mejor, el asesino cobarde se suicida, rezarán los periódicos pero verán en mi acto un mensaje la gente de a pie. Me tambaleo a través del pasillo hasta llegar al comedor, no puedo hacerlo en este estado, erraría en mi autodestrucción. Busco dentro de una pequeña cajita que tengo sobre la mesa pequeña del comedor y me siento en el sofá, algo perdido, necesito serenidad, la calma absoluta y tan solo me lo consigue ofrecer esa magia verde llamada marihuana. Saco un porro medio consumido e inhalo dejando que entre a través de mis pulmones, tras varias caladas puedo empezar a sentir que mi cuerpo pierde masa, la gravedad tiende a cambiar y siento que estoy flotando. Va a ser la última vez, de eso estoy seguro.
Me recuesto sobre el sofá mientras mi mundo se encuentra en constante cambio, tras un breve lapso de tiempo me incorporo con la calma de un guerrero curtido en la batalla y que ansía encontrar un rival digno que pueda darle muerte, los dolores han desaparecido por completo al igual que mis miedos, siento como el veneno recorre todo mi cuerpo, jamás imaginé que consumiría algo así de perjudicial contra mí pero lo necesito para poder cumplir con mi promesa.
Lo primero, escribir mi nota de suicidio. Cojo el boli que hay a mi lado y como si de un folio en blanco se tratase escribo la misiva sobre mi pecho, solo quiero disculparme a mi familia por lo que hago y recordar que el constante asedio contra mi persona ha causado mi muerte, a la familia de mi novia disculparme por no haber sido capaz de proteger a su hija cuando ellos me la confiaron, a Mishelle desear que ojalá siga viva y no encontrármela allí donde voy; por último al resto de la humanidad recordarle que todos somos iguales, no debemos fiarnos de lo que nos dicen y actuar más en consecuencia, que mi muerte también la han causado ellos igual que la de millones de inocentes antes que yo. Mi metro setenta y cinco de altura me da un buen trozo de pecho para escribir largo y tendido.
No puedo parar, necesito moverme, si paro a pensar, solo quiero arrebatarle la vida a mis verdugos que aguardan en mi portal para intentar darme caza y yo no soy así, si lo hago me habré puesto a su altura, así que me levanto y voy directo a mi habitación, allí cojo todas las sábanas posibles, las ato unas a otras, sin llegar a formar una cuerda más larga de 5 pisos; en uno de los extremos creo una soga donde introducir mi cuello, el otro lo uno a la pata del armario, creo que es el lugar más pesado de toda la casa, abro la ventana de mi habitación, me asomo a ella e inhalo el que posiblemente sea mi último aliento, el corazón me late rápido, las manos me tiemblan, estoy sudando a pesar de venir un viento gélido que hace acto de presencia, aún bajo la influencia de las drogas, llegado a este punto mi parte racional no quiere que salte, me pide dar un paso atrás, no le escucho y centro la atención de la gente quien me ve asomado. Empiezan a mirar hacia arriba mientras yo poso uno de mis pies en el borde, casi sostenido en el aire, empiezan a fluir algunas lágrimas en mis ojos y tengo una extraña sensación; mis miedos vienen y van es como si dentro de mí se librase una batalla encarnizada, pero estoy decidido a hacerlo, la gente me alienta, puedo oír cánticos como “que salte, que salte” o gritos de “ojalá te revientes contra el suelo”, “muérete hijo de puta”, nadie me anima a no hacerlo, nadie quiere que siga con vida, hay varios agentes de policía, parece que sonrían como si deseasen vivir este momento, no dicen nada, dejan que todos me increpen. Cierro los ojos, cojo impulso y… Suena el teléfono.
Sea quien sea me ha salvado la vida, doy marcha atrás, mi muerte puede esperar, quizás son las noticias que necesito oír, desanudo mi cuello, ya falto de aire por la fuerza ejecutada, en el espejo puedo verme la marca de la sábana. Ese ruido no se calla y yo no lo encuentro, miro en la mesita de noche, encima de la cama, lo oigo cerca pero no lo veo, en un giro rápido de cabeza veo una pequeña luz bajo el lecho, ahí está ese maldito escurridizo.
Intento descolgar pero el THC distorsiona mi campo visual, me cuesta atinar, siento que mi alma intenta salir de mi cuerpo mientras trato de hablar con la persona al otro lado del móvil. Consigo descolgar y solo oigo una respiración al otro lado, un silencio sepulcral, decido empezar la conversación diciendo ─ ¿Hola? ¿Puedes hablarme? ─ Nada, misma respuesta, vuelvo a hablar, quizás algo más agresivo ─ ¿Quién eres y qué quieres de mí? ─ nada más que silencio.
Cuando me dispongo a colgar ya con mis últimas esperanzas desvaneciéndose puedo oír como una voz con un leve titubeo traga saliva y dice ─ ¿Juanjo? ¿Eres tú? Si, ¿verdad?, no contestes, sé que eres tú, solo alguien tan gilipollas volvería cuando sabía que era hombre muerto.
Se me hiela la sangre, no me puedo creer que nos hayan encontrado, con voz temblorosa respondo ─ Por… Por favor, si tienes a Mishelle seas quien seas, no diré nada, sólo libérala, es a mí  a quien quieres, fui yo quien lo hizo, ella no tiene nada que ver.
Puedo oír como espeta una leve carcajada al otro lado del teléfono ─ Ya está muerta ─ Y cuelga el teléfono.
Mi corazón se encoge, mis miedos vuelven a mí, una semana, siete días sin saber de ella y segundos antes de suicidarme me dicen que está muerta, no puede ser verdad, me niego a creerlo, a ella no, yo fui el culpable. La culpa es mía, no debí querer satisfacer su deseo de volver a casa, sabía que íbamos a morir.
Los efectos de las drogas y las secuelas del alcohol desaparecen tras tamaña noticia, pero el terror por su pérdida se acentúa, necesito saber quién me ha llamado.
En el teléfono tan sólo consigo leer “número desconocido”. ¿Qué hacer en este momento? No tengo a donde ir, no sé con quien hablar.
De nuevo suena mi teléfono, no es una llamada, es un mensaje con un vídeo adjunto, esta vez no ocultan el teléfono, como queriendo que yo sepa el origen.
Maldito el momento en que decidí reproducir ese vídeo, se abre el archivo, se oyen gritos de dolor, una piernas femeninas de primer plano y unas manos masculinas agarrándola, el audio es de pésima calidad pero estoy convencido que podría ser ella, se oyen pasos, se acerca otro hombre, no puedo ver ningún rostro, oigo a la perfección a pesar de la mala calidad como dice ─ Tranquila muchachita, esto no te dolerá, no es por ti, es por él, debe aprender que no se puede jugar con nosotros ─ y empieza a reír.
En sus manos sostiene un trozo de plástico y un pequeño soplete, primero abrasa su piel con el soplete donde la chica no puede dejar de gritar de dolor, son muy pocos segundos pero no puedo verlo, es superior a mí, si es ella la están torturando demasiado, nadie se merece eso, estoy tentado a quitarlo pero necesito verlo, necesito saber si hay alguna pista. ─ ¿Te duele? Si no es nada mujer, tu novio estará disfrutando este momento. ─ Dice una voz masculina.
Ahora con el soplete empieza a quemar el plástico y los trozos desechos hirviendo empiezan a caer sobre las piernas de la chica. Chilla, llora, intenta escapar hasta que de pronto silencio, no ha soportado tanto dolor y se ha desmayado
─ La dejaremos descansar unos minutos y continuamos, tiene mucho que sufrir. ─ Con esa voz acaba el vídeo.
Debo ir a la policía, necesito salvarla, yo no tengo habilidades extraordinarias como para tomarme la justicia por mi mano, no soy un superhéroe ni tengo armas que puedan hacer frente a esas bandas formadas en la calle. Es hora de salir ahí fuera, solo espero que ella no sea la del video, que su vida no corra peligro, porque al menos esos tipos saben quién soy y lo que ha ocurrido.

Hago alguna copia del vídeo, informando de mis pasos, alguien podría venir a destruir las pruebas o peor aún, podrían venir y destruirme. No me siento seguro, en el ascensor sudo con cada piso en el que se abren las puertas, cualquiera puede estar al otro lado.
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